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EVANGELIO DIARIO JUNIO 2013

7 DE JUNIO 2013

Sagrado Corazón de Jesús

 

Ezequiel 34, 11-16: “Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar”

 

Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”

 

Romanos 5, 5-11: “La prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros”

 

San Lucas 15, 3-7: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido”

 

 

Para expresar el amor, se ha usado un signo: el corazón, que refleja ese deseo de todo hombre: amar y ser amado. Por eso este día al celebrar el amor de Jesús lo hacemos contemplando el “Sagrado Corazón de Jesús”. Todo el mensaje, actividad y tarea de Jesús, están  basados en el amor. Los evangelios no dicen la palabra corazón, pero usan expresiones que nos la dan a entender: constantemente Jesús “se compadece”, “se conmueve en su interior”, “le duelen las entrañas”. Y no es el burdo “sentir lástima” o decir “pobrecito” paternalista y encubridor de injusticias, sino es el poner el corazón junto al corazón del otro, es vivir su misma tragedia y es unirse a quien está en desgracia para superar las estructuras injustas. Los evangelios son la revelación de la ternura entrañable de Dios, una ternura que se hace concreta y manifiesta en el corazón palpitante y acogedor de Jesús: un corazón sensible, capaz de ternura solidaria, de compasión,  benevolencia y de amistad gratuita para todos los seres humanos pero de manera preferencial para los excluidos y más débiles. En Jesús, Dios ha visitado a su pueblo. Toda su vida compartida a través de su mensaje y de sus milagros, es un signo de la llegada del Reino: la misericordia entrañable restituye la plenitud humana a los excluidos. Dios se manifiesta en Jesús devolviendo el rostro humano a una sociedad desfigurada. En la medida en que esta sociedad se acerca al Dios de la ternura, se transforma y humaniza, encuentra su verdadera identidad. La ternura representa la práctica amorosa y entrañable de Jesús, su empatía y simpatía con, por y para el que sufre. La ternura es la envoltura del amor, el clima de atención y la manifestación afectiva indispensable para que el amor pueda manifestarse en toda su profundidad. Es sorprendente que todos los excluidos, leprosos, pecadores y olvidados, sean los interlocutores y beneficiarios de su ternura entrañable. Podríamos decir que la ternura de Jesús es una “ternura profética” que es la verdadera práctica de la misericordia. Practicar la misericordia no es sólo cuestión de abrazos apresurados y faltos de compromiso. Es la decisión comprometida, afectiva y efectiva, de transformar las situaciones y las relaciones equivocadas. Es poner siempre en primer lugar la vida y dignidad sobre todo de los más necesitados. Corazón, ternura, amor. Así es Jesús.

8 DE JUNIO 2013


El Corazón Inmaculado de María

 

Tobías 12, 1. 5-15. 20: “Den gracias al Señor. Yo subo al cielo, a donde está Dios”

 

Tobías 13: “Bendito sea Dios, que vive por los siglos”

 

San Lucas 2, 41-51: “María conservaba todas estas cosas en su corazón”

 

Si ayer al celebrar la fiesta del Sagrado Corazón nos gozábamos y disfrutábamos del amor de Jesús, hoy se nos invita a adentrarnos en el corazón de María. Nos encontramos en la intimidad de la donación, del silencio, de la escucha, del amor. Así con la confianza que ofrece una madre, con el respeto y el cariño que nos da, nos acercamos hasta a ella. ¿Qué hay en el corazón de María? La respuesta que hoy obtiene de su hijo perdido nos ayudará a comprender qué significó para María ser la madre de Jesús y qué significa ser nuestra madre. Jesús en sus palabras manifiesta por primera vez la relación especial que tiene con su Padre Dios y cómo su vida entera está centrada en cumplir su voluntad. A María le causarían extrañeza estas palabras, pero no están lejos de la respuesta valiente y confiada que ella misma dio al ángel Gabriel asumiendo su misión como madre del Salvador: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Disponibilidad total de María, del mismo modo que Jesús. Esto es lo que  guarda María en su corazón, y esto es lo que le da vida y sentido a su caminar. Son muchos los momentos en que tendrá que recurrir al silencio, a la reflexión y a aceptar en su corazón la voluntad de Dios, con alegría, con disponibilidad y con servicio. “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”, dirá en otra ocasión Jesús queriendo alabar a María más que por su maternidad, por su fidelidad a la palabra. Y, cuando ha asumido junto con Jesús el camino de la cruz, también recibe el encargo último como herencia e intercambio: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Es la petición del hijo que muere para que el amor de madre se extienda a todos los hermanos. ¿Qué hay en el corazón de María? Fidelidad a la palabra, servicio sin condiciones al necesitado, atención a las carencias de los hermanos, obediencia al impulso del Espíritu y un amor incondicional a cada uno de sus hijos. Hoy a cada uno de nosotros nos dice Jesús: “Hijo, ahí tienes a tu madre”. Acerquémonos con confianza, pongamos nuestros dolores, nuestras dudas y nuestras miserias, en este corazón amoroso. Imitemos la actitud de María, valiente, decidida, con un corazón lleno de amor. 

10 DE JUNIO 2013


2 Corintios 1, 1-7: “Dios nos conforta para que podamos confortar a los demás en todos sus sufrimientos”

 

Salmo 33: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”

 

San Mateo 5, 1-12: “Dichosos los pobres de espíritu”

 

Si escuchamos con atención las bienaventuranzas tienen que tocarnos el corazón. No podemos menos de cuestionarnos por qué Jesús llama felices o dichosos a todos aquellos que nosotros consideramos infelices o desgraciados: los pobres, los que sufren, los que tienen hambre, los perseguidos, etc. ¿No se estará equivocando Jesús? Si precisamente nosotros consideramos dichoso a aquel que no le falta nada. Y no es solamente en nuestro mundo moderno, aunque ahora ya se haya llegado a la exageración, ya la Biblia desde el Antiguo Testamento expresa con frecuencia esta relación estrecha entre riqueza, felicidad y fidelidad. Pero Jesús establece una nueva ley y un nuevo orden. No es el la saciedad y el hartarse de cosas materiales donde el hombre encontrará su verdadera felicidad. Es en el poseer el Reino, en la búsqueda de la justicia, en la riqueza interior, en el dominio del propio corazón, en el descubrimiento del hermano. Todas las bienaventuranzas que Jesús proclama parten de una misma y profunda convicción: hay una sola ley y una sola bienaventuranza que es el amor, la fuerza de donde brota todo bien y toda felicidad. La novedad que presenta Jesús en este pasaje es que es una ley que no oprime y no coarta el vuelo y al anhelo del hombre, sino que le da alas y fuerza para elevarse a rincones insospechados. Es el corazón libre, es el corazón que ha roto las cadenas de la ambición, del poder o del placer, el único corazón que puede ser feliz. No es una alienación, ni una justificación de la pobreza. Todo lo contrario es la crítica más dura a la pobreza que nuestros actos injustos y ambiciosos imponen a los hermanos. Si viviéramos las bienaventuranzas, también haríamos felices a los demás. Quizás mucha de la violencia y de las guerras es porque precisamente nuestro corazón no ha aceptado esta propuesta y se deja conducir por los caminos de la ambición, del orgullo y de los bienes materiales. Nadie más feliz que Jesús, nadie más pobre que Jesús. Nadie ha alcanzado más plenitud que Jesús pero nadie más desposeído. Un corazón libre alcanza la felicidad. ¿Tomaremos en serio las bienaventuranzas que Jesús nos propone?

11 DE JUNIO 2013

San Bernabé, Apóstol

 

Hechos de los Apóstoles 11, 21-26; 13, 1-3: “Era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe”

 

Salmo 97: “El Señor ha revelado a los hombres su justicia”

 

San Mateo 5, 13-16: “Ustedes son la luz del mundo”

 

San Bernabé, apóstol que “Era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe”, ha sabido hacer realidad en su vida lo que Jesús pide a sus discípulos: “Ustedes son sal… ustedes son luz”. Dos signos de lo más ordinario, dos signos de profundo significado en el seguimiento de Jesús. La sal tan pequeña e insignificante, pero siempre presente e indispensable en todas las mesas, hoy se nos propone como modelo del discípulo. Sin alardes pero con una actividad constante. Lo primero que se nos ocurre es que la sal da sabor. A una vida sin sentido, donde nos ahogan las preocupaciones y el trabajo, el cristiano debe darle sentido y sabor. Tener razón interna para vivir y para hacer vivir. La sal también sirve para conservar, para evitar la corrupción. Lo saben sobre todo las comunidades campesinas donde no hay los refrigeradores. Así debe ser el cristiano, está llamado a evitar que se corrompa la comunidad, no puede permitir que se pudran las personas. Y hay muchas plagas que intentan corromperlas: la ambición, la mentira, el poder. Desgraciadamente es muy actual este peligro. Pero entonces será más importante esta misión del cristiano: preservar, cuidar, proteger. Pero no pasivamente sino de una manera activa. La sal sirve para conservar en buen estado. El cristiano debe conservar en si y en la comunidad, el buen sabor de la vida de Dios. La sal ayuda a fijar algunas pinturas, el agua, las substancias. El discípulo de Jesús debe fijar y proteger la imagen de Dios en su persona y en las demás personas. Vivir como hijo de Dios y tratar a los demás como hijos de Dios. Son muchas más las características y cualidades propias de la sal que pueden aplicarse a un verdadero discípulo, pero me impresiona que en todas y cada una se necesitan dos actitudes muy especiales. La primera es que debe deshacerse, es decir se necesita el servicio, la entrega, el don de sí mismo para poder realizar la misión. Así lo hizo Jesús. Y la otra, que casi siempre pasa desapercibida: si trata de imponerse, todo lo echa a perder, se sala. Si el cristiano impone su imagen y su personalidad, quita el rostro de Cristo y corrompe la vida de los demás. ¿Cómo eres sal?

12 DE JUNIO 2013



2 Corintios 3, 4-11: “Dios nos ha capacitado para seamos servidores de una alianza nueva, basada no en la letra, sino en el Espíritu”

 

Salmo 98: “Santo es el Señor, nuestro Dios”

 

San Mateo 5, 17-19: “No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud”

 

Cuando reflexionamos con profundidad todo el valor del Antiguo Testamento, descubrimos la grandeza de un Dios que acompaña a su pueblo, que lo construye, que está a su lado. Sus profetas hablan en su nombre, buscan la justicia, enderezan los caminos cuando el pueblo se desvía. Hay un valor grande en toda la revelación que Dios nos hace en la Historia de la Salvación dirigida al pueblo de Israel, sin embargo es pequeña e incompleta, cuando la comparamos con el Verbo que se hace carne y viene, no tanto a hablarnos, sino a manifestar y a dar a conocer la profundidad del misterio de un Dios Trino y Uno. Quien quiera quedarse anclado en el Antiguo Testamento, tendrá muchos valores, pero no tendrá la plenitud. Pero quien quiera despreciarlo u olvidarlo, se quedará sin señales y figuras para entender la presencia de Jesús. La ley y los profetas explican, ayudan y nos encaminan para entender mejor la revelación plena del Nuevo Testamento. San Pablo nos dice que la nueva alianza está basada no en la letra de la ley, sino en la nueva alianza, en el Espíritu. Cristo no viene a quitar ni anular, no viene a desconocer a los profetas y la ley. Al contrario les da plenitud. Es el más grande de los profetas porque es el que puede hablar con mayor verdad del misterio de Dios. Es el único y verdadero sacerdote, el más grande legislador, el verdadero rey. Su vida, su palabra, sus enseñanzas traen al hombre plenitud. Cada una de las expresiones ahora tienen un sentido pleno: el amor, el servicio, la manifestación de la Trinidad, el perdón, la reconciliación, el sentido universal. Cristo nos da plenitud. ¿Cómo nos hemos acercado a Jesús? ¿Con qué actitud nos acercamos, profundizamos y valoramos el Antiguo Testamento?  ¿Qué muestras de plenitud damos en nuestra vida al haber conocido a Jesús? Quizás nos falte profundizar mucho en el espíritu de Jesús, y no tanto en el régimen de la ley; dejarnos inundar de su amor, más que creer que nosotros amamos mucho. Hoy que muchas culturas se entrelazan y que se habla de pluriculturalidad, no podemos desconocer que Cristo abraza y da plenitud a todas las culturas, que en todas, de alguna forma, ha sembrado la semilla de su presencia y de su verdad. Que este día estemos atentos a descubrir en medio de nosotros a Jesús y que en su amor lleguemos a la plenitud.

 

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